domingo, 28 de abril de 2013

Poemas y poesías sobre el mar


Rafael Alberti - Hombres de mar


Hombres de mar,
eterno buscador que nunca encuentra,
en el horizonte azulado del cielo y mar
eternas despedidas, regresar quizás,
partes siempre mirando el horizonte
pero con la mente, en lo que dejas atrás.

La tierra no es más que un momento, 
una noche que recordar,
entre el cielo y el mar puedes volar,
eterna oscilación de lo que fue y lo que vendrá.

Hombres de mar,
sin lazos que te aten, pero al mar no dejarás,
hermosa trinidad que da paz; cielo, hombre y mar,
hermosa pero muchas veces sufrida,
porque el hombre es para la tierra
y tú conquistas el mar.

Hombres de mar,
cuando en puerto estrujas la noche 
de licores, vino y mujeres,
pero lo tuyo no haz de dejar,
y zarpas con la vista al horizonte
recordando lo que en blanca estela dejarás.

Tu hogar no tiene fronteras
porque tu hogar es el mar,
sangre del espíritu aventurero
que nos tocó llevar.

Hombres de mar,
eterno buscador que nunca encuentra,
en el horizonte azulado de cielo y mar.


Rafael Alberti
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Rafael Alberti  - El mar


El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre, 
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste 
del mar?
En sueños la marejada 
me tira del corazón; 
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste 
acá? Gimiendo por ver el mar, 
un marinerito en tierra 
iza al aire este lamento: 
¡Ay mi blusa marinera; 
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!


Rafael Alberti
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Pablo Neruda - El mar

NECESITO del mar porque me enseña:

no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.


Pablo Neruda
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Mario Benedetti - El silencio del mar

El silencio del mar

brama un juicio infinito
más concentrado que el de un cántaro
más implacable que dos gotas

ya acerque el horizonte o nos entregue
la muerte azul de las medusas
nuestras sospechas no lo dejan

el mar escucha como un sordo
es insensible como un dios
y sobrevive a los sobrevivientes

nunca sabré que espero de él
ni que conjuro deja en mis tobillos
pero cuando estos ojos se hartan de baldosas
y esperan entre el llano y las colinas
o en calles que se cierran en más calles
entonces sí me siento náufrago y sólo el mar puede
salvarme.

Mario Benedetti
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Miguel de Unamuno - ¡Dime qué dices, mar!


¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime! 

Pero no me lo digas; tus cantares 
son, con el coro de tus varios mares, 
una voz sola que cantando gime. 

Ese mero gemido nos redime 
de la letra fatal, y sus pesares, 
bajo el oleaje de nuestros azares, 
el secreto secreto nos oprime. 

La sinrazón de nuestra suerte abona, 
calla la culpa y danos el castigo; 
la vida al que nació no le perdona; 

de esta enorme injusticia sé testigo, 
que así mi canto con tu canto entona, 
y no me digas lo que no te digo.
 
Miguel de Unamuno
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Gustavo Adolfo Bécquer – Rima XII



Porque son, niña, tus ojos 

verdes como el mar, te quejas; 
verdes los tienen las náyades, 
verdes los tuvo Minerva, 
y verdes son las pupilas 
de las hourís del Profeta. 

El verde es gala y ornato 
del bosque en la primavera; 
entre sus siete colores 
brillante el Iris lo ostenta, 
las esmeraldas son verdes; 
verde el color del que espera, 
y las ondas del océano 
y el laurel de los poetas. 

Es tu mejilla temprana 
rosa de escarcha cubierta, 
en que el carmín de los pétalos 
se ve al través de las perlas. 

Y sin embargo, 
sé que te quejas 
porque tus ojos 
crees que la afean, 
pues no lo creas. 

Que parecen sus pupilas 
húmedas, verdes e inquietas, 
tempranas hojas de almendro 
que al soplo del aire tiemblan. 

Es tu boca de rubíes 
purpúrea granada abierta 
que en el estío convida 
a apagar la sed con ella, 

Y sin embargo, 
sé que te quejas 
porque tus ojos 
crees que la afean, 
pues no lo creas. 

Que parecen, si enojada 
tus pupilas centellean, 
las olas del mar que rompen 
en las cantábricas peñas. 

Es tu frente que corona, 
crespo el oro en ancha trenza, 
nevada cumbre en que el día 
su postrera luz refleja. 

Y sin embargo, 
sé que te quejas 
porque tus ojos 
crees que la afean: 
pues no lo creas. 

Que entre las rubias pestañas, 
junto a las sienes semejan 
broches de esmeralda y oro 
que un blanco armiño sujetan. 


Porque son, niña, tus ojos 
verdes como el mar te quejas; 
quizás, si negros o azules 
se tornasen, lo sintieras.



Gustavo Adolfo Bécquer

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